Se trata de la más célebre obra de la pluma de Oliver Goldsmith, (Irlanda, 1730-1774), uno de los novelistas que ha conseguido sobrevivir al siglo XVIII y cuya lectura sigue siendo hoy altamente recomendable por amena e instructiva.
Es la historia de un vicario anglicano y su familia. Las desgracias sucesivas y crecientes a las que se ven sometidos, así como las pérdidas y reencuentros sucesivos de los familiares, harían de esta obra un relato irreal si Goldsmith no lo hubiera tejido, desde su inicio, como una broma. Y, de broma en broma, con buena prosa y aderezado con buenas dosis de lirismo, el lector distingue la futilidad de la historia de la enseñanza que quiere transmitir: la opción por el bien, en toda circunstancia, con la esperanza de que Dios no abandona a los justos. Así, lo que podría resultar de un moralismo insoportable se ha transformado en una hermosa novela que enseña y entretiene. Toda la trama está ordenada a la enseñanza moral y cada capítulo, al ritmo de las situaciones que se van sucediendo y sin interrumpir para nada el hilo, viene a ser como el comentario novelado de una gran sentencia.
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